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Mostrando entradas de agosto, 2009

Los Dioses de Sábol

Sábol no era un lugar como otro cualquiera. Era tan pequeño que todos sus habitantes se trataban como si fueran familia, tanto que cuando uno se hacía mayor aprendía que a quien había llamado "tío" toda la vida en realidad no lo era, pero aun así, nunca dejaba de llamarlo "tío". Entre tíos, primos y demás familiares postizos tenían su palacio los Dioses de Sábol. Éste estaba justo al final del reino y para llegar había que atravesar la calle principal, recorrido que pese a ser corto podía durar horas, ya que no estaba permitido, por decreto real, cruzar la avenida sin parar a saludar a todos y cada uno de los vecinos que salían a tu paso. Así, era muy frecuente tener que parar en la entrada, donde había quien salía en busca de conversación mientras simulaba esperar un autobús. Allí podía hacerse de noche mientras unos y otros arreglaban el mundo y vigilaban curiosos quién entraba y salía de Sábol. También habría que pararse en la cantina, donde tanto se podía comp

¿La ciudad que nunca duerme?

Ayer no quise llevarme el coche. "Allí es difícil aparcar", me dije, y como parece q voy a empezar el curso en paro paso de pagar un parking, así que vayamos en tren. Error. En cualquier ecuación RENFE siempre es igual a error. No sé en qué momento deduje sin mirar horarios que el último tren de un viernes por la noche de una capital de comarca debería pasar, como mínimo, a las 12. Cuando vi que la pantalla mostraba en su última línea las 23.16h pensé que, obviamente, las teles de la estación no iban bien. En los tres años que llevo cogiendo trenes las teles no han ido bien ni un puñetero día pero ayer, mira tú por donde, funcionaban. Esto no puede ser. Que sí, que son las doce menos cuarto, no tenemos trenes. Que no. Mira, ahí llega uno. Corre. Correeeeee. Qué calor. Qué sudor. Qué asco de Renfe. Del tren bajaron almenos doscientas personas, pero no subía ni Dios. Así que, esperanzada, me dirigí a un hombre con chaleco amarillo (eh! Que si las teles funcionaban, quién sa