CELOS




Acabada la escuela, había que buscarse la vida. La mía estaba en Madrid, o eso creyó mi padre, que me envió a limpiar a casa de los Sres. Milán. No tenía descanso ni para comer, pero antes de irme, la bellísima y ostentosa Sra. Milán me cedía su baño para acicalarme. Con mi primer sueldo me di un capricho: un sujetador de aquellos del anuncio. Ella empezó a mirarme con atención malsana. Una noche desapareció el espejo del baño y me acicalé como pude con el cristal de la ventana. Al día siguiente no había bombilla. Cuando le expliqué lo que pasaba al Sr. Milán, me guiñó un ojo y contestó: “La belleza tiene un precio, monada”.

Clara MarSe, 2006

Comentarios

Juan Nadie ha dicho que…
esto me pone

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